Miami, aeropuerto Opa
Locka: El vuelo de hoy consiste en ir desde el aeropuerto de Miami al
de Naples, un pequeño pueblo en la costa Oeste de Florida. Hay olor a
tierra mojada ya que llovió hace un rato. El cielo está gris por las
nubes. Reviso el Cessna 172 matrícula N952AC que me llevará en mi viaje. Tres de sus
cuatro asientos van vacíos.
El pequeño motor arranca
con un rugido y la hélice frente a mi empieza a girar. Pronto el pequeño
avión y yo corremos por la pista. A nuestra espalda, hacia el Oeste, el
sol empieza a ocultarse. Mientras trepo, giro el avión para ir a
buscarlo. En el cielo aun es de día; abajo mío las luces nocturnas de la
ciudad están por todos lados. Más adelante terminan de pronto y todo
está oscuro. Son los pantanos del sur de Florida.
Mi avión trepa hacia las
nubes y pronto volamos entre ellas. Abro la ventana para tocarlas y un
rico aroma invade la cabina. Huelo a tierra mojada, a nafta y otro sabor
que no puedo precisar. Cuando saco la mano por la ventanilla la siento
humedecerse. Delante de mí no hay nada. Solo el gris de la nube que se
torna pálido a medida que sigo subiendo.
De pronto salgo de la capa
y me encuentro volando en un mar blanco. Estamos flotando sobre
infinitos campos de algodón. Estabilizo el avión a unos metros encima de
el. Sobre mi el cielo está oscuro y veo brillar algunas estrellas. Justo
adelante, el sol que abandonó la tierra, amarillo y naranja, se demora
aun en las alturas. A medida que baja sus rayos tocan las nubes y el
campo blanco se tiñe de tornasol. Algunas nubes se alzan junto a mí y
ahora volamos entre multicolores montañas. Estamos quietos, inmóviles y
son ellas las que corren bajo nosotros.
Pronto el sol se va y me
deja a oscuras. Mi única luz es ahora el brillo rojizo de los
instrumentos y la pálida luz de las estrellas. Me acerco a mi destino
así que reduzco la potencia y pico entre las nubes. Otra vez la nada
gris. Cuando emerjo de ese mundo extraño me encuentro volando sobre
estrellas. Tierra y cielo se confunden. Es la ciudad de Naples que me da
la bienvenida. Pronto un cuadrado de luces recorta el aeropuerto y me
zambullo en la oscuridad. A pocos metros del piso mi faro de aterrizaje
ilumina la pista.
Ahora ruedo entre filas de
aviones silenciosos. Detengo el motor y su rugido se apaga lentamente.
Salgo del avión y lo recorro con las manos. Huele a tierra mojada, a
viento y a sueños dorados. Miro a mí alrededor pero estoy solo en el
aeropuerto. Sólo luces azules y sombras inmóviles. Acaricio sus alas por
última vez y despacio, avergonzadamente, beso la trompa de mi Pegaso. Me
voy, yo también, a dormir. Espero soñar con tierra mojada.
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