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Primer vuelo solo:
Dos experiencias, la misma mística

 

Juan Carlos Zabalgoitia y el Cessna 152-II LV-OCJ de su primer vuelo solo con fondo de tormenta amenazante (foto Nicolás Kollman).

 

Testimonios de
Juan C. Zabalgoitia & Esteban Brea

Morón y Escobar (12 de diciembre de 2007). Sea por planes de carrera, sea por interés de satisfacer una vieja vocación, muchos entusiastas inician el curso de pilotaje que brinda acceso a la licencia de piloto privado. Pista 18 y su grupo de usuarios, originalmente poblado por "spotters químicamente puros", hace tiempo que viene mutando para acoger (¡de buen grado, por cierto!) a un creciente número de pilotos (pasados, presentes y futuros). Dos de ellos, de hecho, acaban de concretar sus primeros vuelos solos y se entusiasman ante la idea de relatar esa maravillosa "ceremonia de iniciación". Juan Carlos Zabalgoitia (46 años, casado, tres hijos) decidió iniciar su curso de pilotaje en el Aero Club Argentino de San Justo (B.A.) para concretar un sueño de juventud que las vueltas de la vida le hicieron postergar varias veces. Esteban Gabriel Brea (25 años, soltero) es estudiante de la Licenciatura en Administración Aeronáutica y encaró el curso como parte integral de su futuro currículum profesional. Por ello, hace tres años viene capacitándose en el arte del vuelo motor, originalmente en la escuela EPPA de San Fernando y últimamente Aero Club Escobar (B.A.).

Juan Carlos Zabalgoitia en el Cessna 152 LV-OCJ

Ya venía con 20 y tantas horas de vuelo del curso de piloto privado y sabía que el primer solo se aproximaba. En las últimas salidas nos la pasábamos practicando circuitos, aterrizajes, toque y despegue y esas cosas.

Este jueves a la mañana la "meteo" está ideal. Día glorioso, de esos que una vez recuerdo alguien dijo son "para que vuelen brigadieres". Llego al campo y el instructor no está en tierra, ha salido con alguien. Mientras lo espero en la plataforma, disfruto el lugar, el canto de los pajaritos, el cielo azul y el verde de ese vergel que es el aeródromo de San Justo en medio del cemento del Gran Buenos Aires. Irónicamente, charlando con otro piloto, comento: "en cualquier momento me largan". Finalmente llega el avion. Lo chequeo y noto que pierde combustible por la válvula de drenaje del tanque del ala izquierda. Se lo hago notar al instructor y el mecánico lo arregla en 15 minutos.

Salimos. Todo bien. Vamos a zona de trabajo donde permanecemos como 45 minutos haciendo todo tipo de maniobras: Vuelo lento, recuperación de pérdida, emergencia simulada y esas cosas... Volvemos a San Justo, circuito y varios toque y despegue. En eso hacemos aterrizaje total y el instructor me dice: "Vamos a la cabecera que vamos a hacer un despegue en campo blando". "¡Que boludez!", pienso yo. "A esta altura hacer esa maniobra que ya hemos practicado tantas veces". A 90 preparamos el avión para despegue: Flaps 10º, mezcla rica, aire frío.

En eso veo que mi instructor empieza a sacarse el cinturón mientras dice: "Bueno. Te vas a hacer un circuito solo. Yo me bajo. Acordate que el avion va a pesar 90 kilos menos. ¡Chau!" Cierra la puerta y se va... Y ahí comprendo que el momento ha llegado. En realidad no podía ser mejor. Día perfecto de otoño, cielo despejado, poco viento, aire frío, alta densidad. Y ahí quedo yo, solo frente a una de esas grandes circunstancias de la vida.

Juan Carlos Zabalgoitia, el Cessna 152-II LV-OCJ y el hangar del Aero Club Argentino en San Justo (foto Nicolás Kollman).

 

Sólo en la cabina y al mando de un avion de 50.000 dólares en la cabecera de la pista 34. Pido permiso a la torre, me autorizan el despegue. Ruedo hasta posición de despegue, potencia a fondo, mantengo eje de pista, relojeo el anemómetro, 55 nudos, rotación, arriba nariz, despego, mantengo actitud de despegue. No puedo creer que a mi derecha no haya nadie. Estoy solo, pero no hay tiempo para pensar en eso y sí mucho por hacer. El avion sigue subiendo. Se que estoy pasando arriba de la ruta 3 pero ni miro hacia abajo, dedico todo mi atención a los instrumentos: Velocidad 70 nudos, variómetro en 500 pies/minuto, potencia a full, alas niveladas. Miro el altímetro, a 300 pies limpio el avión (flaps a cero) y sigo ascendiendo tranquilo. A 500 pies inicio viraje suave por izquierda en ascenso hasta 700 pies. En 700 nivelo el avión, bajo a potencia de crucero, miro la pista, continúo viraje para encarar la inicial de la 34. Reporto a la torre posición, ingreso al circuito y recibo el acuse recibo de la torre: "Vuelva en básica". "Charlie Juliet", respondo.

Me posiciono para inicial y preparo al avion: Aire caliente, 2.000 vueltas, levanto nariz, busco 70 nudos, en arco blanco 10 graditos de flaps, compenso trim, mantengo. Ya estoy en vuelo lento y paralelo a la pista. Tiempo para hacer algo de paisajismo y para sorprenderme de que (casi) no siento miedo. Enseguida vuelvo a la cabina y repito todo en voz alta. Todo parece estar en orden, pero no me quiero relajar. Ya se sabe, los demonios no entran en las mentes ocupadas.

En lateral toque comienzo a reducir potencia para 1.500 rpm. Inicio actitud de descenso, llego al punto de viraje a básica con 1.500 rpm y 100 pies menos, relojeo altitud, 500 pies. "¡Bien!" digo. Entro en básica, flaps a 20 y aviso a torre que no me responde, los nervios asoman. Repito tres veces hasta que finalmente la torre aparece y me autoriza. Inicio viraje a pista, aire frío, full flap, todo reducido. Y ahí me quedo en ese momento mágico de la final: Hombre, máquina y aire en armonía perfecta. Descenso perfecto, casi con mínima potencia. Apunto al lugar de la pista en que quiero tocar, me acerco, nivelo, levanto nariz, toca el principal, luego baja la nariz, contacto full. ¡Aterricé!

Me sorprende la corta carrera de aterrizaje, que calculo en tan sólo 150 metros. Ahí se notan los 90 kilos menos del instructor, el avion más liviano desacelera mas rápido. Voy frenando suave hasta casi detenerme. Acelero motor y empiezo a rodar por calle de rodaje hacia plataforma. Paso a mi instructor que todavía va caminando hacia el hangar. Lo saludo con un pulgar arriba, me responde igual. Subo a plataforma, ubico el avión detrás del Alfa Oscar Eco. Freno, ahogo mezcla, detengo motor, corto magnetos, apago master. La cabina se silencia y el ruidito de los giróscopos todavía girando ronronea en la cabina.

Todo ha terminado. Ahí estoy, solo, sano y salvo. Y emocionado. Me bajo, miro al avión, lo acaricio. Mi ceremonia de iniciación ha terminado. Ya soy otro...

Esteban Brea en el Cessna 172 LV-HBG

Esteban Brea, sus instructores de vuelo y el "sacerdote" a cargo del bautismo que todo aviador del aeroclub recibe tras su primer vuelo solo (foto Axel Sanchez).

 

Hacía varios sábados que estábamos haciendo circuitos y más circuitos. Y, por una u otra razón, no conseguía que me salieran bien. Cuando lograba corregir un error, descuidaba algún detalle que me hacía incurrir en otro. Hasta que después de “pedalear” bastante en un día muy ventoso las cosas comenzaron a salir un poco mejor. Al sábado siguiente, cuando llegué al Aeroclub Escobar, mi instructor me recibió con un estridente “hoy es el gran día”, adelantándome que posiblemente saliera solo. Pero tras un vuelo corto, nos dimos cuenta que iba a ser imposible debido a que había demasiada niebla, lo que complicaba considerablemente la visibilidad. Una semana después, afortunadamente, la meteorología se presento casi perfecta ya que sólo corría una leve brisa... ¡ya no había excusas!

Como de costumbre, tras la inspección exterior del LV-HBG, subimos a la cabina y concretamos los chequeos previos a posicionarnos en cabecera y salimos. Tras alcanzar los 700 pies de altura, comenzamos a realizar circuitos, los que practicamos por espacio de una hora aproximadamente. Tras terminar uno de ellos, el instructor me dijo “nos quedamos”; por lo que frenamos y comenzamos a desandar los metros de pista que habíamos dejado atrás en el aterrizaje. Mientras rodábamos por el campo, me preguntó: “¿Cómo te sentís para salir solo?”. A lo que respondí “bien”, “creo que bien”... ¡o algo parecido! Entonces frenamos. Y tras los últimos consejos, cerró la puerta y se fue caminando hacia el hangar.

Volví a carretear para acercarme a cabecera, chequeé un par de veces que todo estuviera en orden y que no hubiera otro tránsito próximo al aterrizaje. Ocupé cabecera, di potencia al motor y despegué. Mucho más rápido de lo habitual llegué a los 300 pies, donde guardé flaps y saqué un poco de potencia. Al alcanzar los 500 pies, comencé a virar lentamente continuando el ascenso hasta los 700 pies. Ya paralelo a la pista y en inicial, puse aire caliente, reduje potencia para el vuelo lento y puse un punto de flaps. Siguiendo el consejo de mi instructor, prolongué un poco más de lo común mi inicial para tener una final más larga y por lo tanto entrar más “cómodo” a la pista. Al entrar en básica, reduje más la velocidad sacándole potencia al motor. Al meterme en final, traté de acomodar el avión dejándolo lo más centrado posible en el eje de la pista. No se si por el menor peso en la aeronave (o por mi imaginación), pero en ese momento me dio la impresión de que el avión se comportaba de una manera bastante distinta que la habitual. Corté motor y, cuando me acercaba a la cabecera, le di un “chorrito” de potencia que me permitiría llegar bien y tocar casi en los números. Ya con la pista asegurada, aire caliente adentro, hice el “flare” (que para mi sorpresa no fue brusco como esperaba) y frené utilizando gran parte de la pista.

Desocupé corriéndome hacia uno de los extremos para dirigirme hasta el hangar y en el rodaje saqué el punto de flap que estaba puesto. Entré en plataforma y me estacioné frente al hangar. Detuve el motor, corté todo e hice las anotaciones pertinentes en el librito de abordo. Al bajarme, recibí las felicitaciones de mi instructor y gente que presenció mi vuelo. Aprovechamos para sacarnos una foto frente al avión, lo que sirvió para distraerme mientras preparaban el tradicional “bautismo”: Dos baldazos de agua mezclada con yerba mate, mostaza, aceite y otros “condimentos” de origen desconocido. Terminé empapado y hediendo. Pero eso ya era un detalle accesorio de poca importancia... ¡había terminado mi primer vuelo solo!


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Nuestra foto de apertura

Juan Carlos Zabalgoitia, uno de nuestros nuevos dos pilotos, instalado en la cabina del Cessna 152 en el cual realizó su primer vuelo solo. Su postura y gesto revelan la confianza y satisfacción de haber superado una etapa esencial en la vida del piloto aviador.


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