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ANECDOTARIO
"El Viking"

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El T-93, un Vickers Viking T.1 similar al protagonista de nuestra historia, fotografiado en El Palomar a principios de la década de 1960 (foto vía Carlos Ay).

El Vickers Viking volaba sobre las nubes, tranquilo en aquel aire suave, tenue y frío. “¿Cuál es el radiogoniómetro que funciona?”, preguntó el Capitan. “No sé, señor”, respondió el mecánico, “creo que es el de la derecha”. Bueno, pensó el oficial, asumiremos que es el de la derecha. Y enfiló hacia la broadcasting de Bariloche, iniciando el camino para el descenso por instrumentos sobre el aeropuerto.

El “gayego” Álvarez había decidido ir por abajo, culebreando entre los cañadones. Pero él no. Claro. Él tenía que ir como había que ir, por arriba, y luego hacer la entrada a ciegas (*). El manto de nubes lo cubría todo, hasta los cerros que rodean Bariloche.

El radiogoniómetro indica la dirección hacia donde está la fuente de emisión. Normalmente hay dos para asegurarse que es la dirección correcta; pero ese día había solo uno en funcionamiento. La incógnita era cual de los dos era el que funcionaba bien. ¿Cómo saberlo? La maniobra de aproximación a Bariloche ya era arriesgada de por si, pero ahora resultaba extremadamente peligrosa.

Comenzó a perder altura, en cualquier momento pasarían la señal de la radio de Bariloche y el radiogoniómetro cambiaría de dirección, entonces giraría, volaría hacia el este por un minuto y comenzaría el descenso sobre, “posiblemente”, el Lago Nahuel Huapi.

No tenían una idea clara del espesor de aquel manto de nubes. La tecnología aeronáutica de aquellos días, en la década de 1950, era mínima, solo el coraje y la “muñeca” eran la diferencia entre seguir ascendiendo en la jerarquía o desaparecer en una nube de luz y calor. El Viking rebotaba de nube en nube. “Debemos estar cerca”, pensó el piloto, “¿será ese el radiogoniómetro que funciona? ¿O será el otro?”.

De golpe, la pequeña aguja del radiogoniómetro se movió. Debían de haber pasado sobre la broadcasting, era hora de iniciar el descenso hacia el lago. Giró el bimotor y, como sucedía de vez en cuando en los momentos mas inoportunos, el avión se “enrosco” iniciando un descenso mucho más profundo de lo planificado, una espiral cerrada, casi un tirabuzón dentro de las nubes. “¡Hijo de pu...!” pensó el joven oficial mientras con energía iniciaba la recuperación del pesado aparato, rodeado ahora una mortaja blanca.

En cuanto pudo estabilizar la aeronave, miró hacia ambos lados y no vio más que blanco y blanco. Estaban bajo el nivel de las cumbres, a más de trescientos kilómetros por hora, en alguna lugar cerca del centro de Bariloche… pero, ¿sobre las montañas o sobre el lago?

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El T-9, otro ejemplar Vickers Viking T.1, es el único aparato de ese modelo que sobrevive en el país, expuesto en el Museo Nacional de Aeronáutica de Morón (foto Alejandro Drigani, febrero de 2006).

Por instinto y con cuidado inició el ascenso. Debía salir nuevamente sobre las nubes, volver a sobrevolar la broadcasting de Bariloche y volver a iniciar el descenso, a ciegas. Pero antes, debía sobrevivir… Mientras subía, le pareció ver manchas oscuras en aquel blanco prístino; manchas oscuras que, o bien eran parte de su imaginación, o bien era la ladera de algún cerro.

Por fin salieron sobre las nubes. Hacia frío a 3.000 metros de altura; pero ambos, piloto y copiloto, sudaban hasta la chaquetilla. Lo habían logrado, pero debían volver a repetir la maniobra. Giró suavemente la aeronave y la dirigió de nuevo donde el radiogoniómetro le indicaba. Esta vez funciono bien. El viejo avión, cansado de dar sustos, se dejó maniobrar dócilmente. Giraron sobre la broadcasting e iniciaron el descenso a ciegas, confiando que seria sobre el lago.

Al cabo de momentos que parecían interminables salieron por debajo de las nubes y se encontraron, volando bajo, sobre las aguas casi negras y gélidas del Lago Nahuel Huapi. Siguieron entonces el descenso hacia la pista, confiados y casi tranquilos de que lo peor había pasado.

A medida que iban acercándose a la pista notaron que algo andaba mal, con los motores casi a pleno (y el Viking era un avión con motores muy potentes) seguían bajando, perdiendo altura. ¿Qué pasaba ahora?

Con los últimos restos de fuerza, y casi sobre la entrada en pérdida, el Viking cruzó la cabecera y, mucho mas pesado que de costumbre, se desplomó sobre la pista.

Ya en la plataforma, luego de desembarcar los pasajeros, piloto y copiloto se encontraban fuera del avión cuando los sorprendió un ruido sordo e intenso que les dio la clave de lo que había pasado: El Viking, en su vuelo a través de las nubes, había adquirido hielo suficiente para perder sus cualidades de vuelo; y grandes trozos se desprendían de las alas cayendo al suelo... ¡se habían salvado dos veces!

Ricardo Viti
(en base a un relato de Akin Viti)


(*) En aquella época no existían las entradas a ciegas estandarizadas. Cada piloto tenía la suya o se la había pedido a un colega. Éstas normalmente indicaban entrar sobre la broadcasting con cierto rumbo y, luego de una serie de giros y descensos con tiempos pre-establecidos, los llevaban "mas o menos" sobre la pista en la cual debían aterrizar.

Fecha de publicación: 02/10/2006

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