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Close-up en el que se aprecia
el momento en el que el I.Ae.22 DL Ea-706 del alférez Viti
embistió uno de los postes que sostenía el "parte" (foto vía
Ricardo Viti). |
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Enero de 1946. La gran
guerra ha terminado y Europa intenta levantarse de entre los escombros.
Argentina, aislada y nacionalista, paga el precio de haber estado
flirteando con uno y otro bando hasta el final del conflicto.
Base Aérea Militar
"General Urquiza", Paraná, Provincia de Entre Ríos. El calor del día
todavía no se ha adueñado de los colores y las gentes. La paz se ve
interrumpida por el ronquido de un Junkers Ju-52 trimotor que aterriza
en el campo de la base. En aquella época no existían las pistas como las
conocemos ahora, la mayoría de los aeropuertos eran simplemente campos
más o menos cuadrados, con el césped cortado y la superficie
medianamente mantenida libre de pozos y lomitas. El de Paraná tenía la
forma de una joroba con la parte más alta en su centro.
El Junkers traía en
viaje de inspección al Comandante de la Fuerza Aérea, brigadier general Oscar Muratorio, famoso por su severidad. Éste militar de viejísima escuela
prusiana no se iba jamás de una base sin dejar un tendal de castigados.
El jefe de la base
aérea y sus oficiales superiores esperaban al pie del avión. Hicieron
las presentaciones de rigor y se dirigieron hacia los edificios de las
oficinas. La agenda del día contemplaba reuniones varias, paseos por los
talleres de mantenimiento, evaluación del estado de los aviones, un
almuerzo y, por la tarde, el plato fuerte que consistía en una serie de
demostraciones con el pequeño parque aeronáutico del que disponía la
base en aquellos días difíciles de posguerra: unos pocos Focke Wulf Fw-44
"Stieglitz", algunos Ae.M.Oe.2 "Tronco" y los flamantes I.Ae.22 "DL" que
habían llegado en junio del año anterior.
El sol había pegado
duro todo el día; pero ya estaba perdiendo fuerza cerca del horizonte.
La comitiva se encontraba en un sector del campo de aterrizaje donde se
desarrollarían las pruebas. En un momento el jefe de grupo aéreo,
vicecomodoro Lafuente (cariñosamente apodado "Lechón"), se acercó al
brigadier y marcialmente le informó que iniciarían los ejercicios con
una toma o recogida de parte. Esta maniobra consistía en recoger, en
vuelo, un tubo con un supuesto parte o informe de operaciones, para
luego ser lanzado o entregado a las autoridades. El parte se colgaba en
una soga sostenida por dos estacas de no más de cinco o seis metros de
altura, separadas entre sí por una distancia que apenas sobrepasaba la
envergadura del avión. Éste debía pasar en vuelo rasante mientras un
mecánico, detrás del piloto, recogía el parte con un gancho. El peligro
ya normal del procedimiento se veía multiplicado por el hecho de que los
pilotos apenas lo habían practicado, y es más, lo habían hecho con un
"Tronco" y no con el "Dele-Dele" que se iba a utilizar en esta ocasión y
que requería una velocidad considerablemente mayor.
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La imagen completa: En primer
plano se aprecia el Ea-706 impactando uno de los postes y
capturando "el parte". En el fondo se distinguen las
instalaciones de la BAM "General Urquiza" (el hangar existe
hasta el presente), un segundo DL y la comitiva del brigadier
Muratorio que observa la maniobra (foto vía Ricardo Viti). |
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El alférez Akin Viti,
apenas recibido un año antes, era el encargado de la recogida de parte,
acababa de despegar y se encontraba sobrevolando el campo. La
visibilidad era buena, pero, a raíz de la disposición de las estacas,
debería pasar entre ellas con el sol de frente. Voló sobre el grupo que
lo observaba y suavemente viró 180 grados para enfrentar el parte. Bajó
los flaps y reguló el acelerador para mantener la velocidad mínima sin
que el avión entrara en pérdida.
Se concentró en el
blanco. No recordaba haber volado tan bajo desde sus épocas de cadete,
cuando había hecho "patitos" con las ruedas de su "Fokewulf" sobre la
superficie del lago San Roque ("gracia" que casi le cuesta la baja).
Sintió la adrenalina
que le asaltaba el cuerpo. Por un instante todo pareció más brillante y
nítido, pero todavía iba muy alto; bajó un poco, ya casi la tenía
encima... El pasto era como una cascada debajo de la máquina... Las
estacas pasaron raudas; el alférez tiró de los comandos, inició una
trepada suave y entró los flaps mientras el mecánico le gritaba que no
había podido recoger el parte, que había volado demasiado alto.
Una sensación de
desamparo se apoderó del joven oficial. Si no recogía el parte sería
probablemente castigado, si no lo habían castigado ya...
En instantes, mientras
realizaba un círculo amplio sobre el campo de aterrizaje, resolvió
volver a intentarlo.
Una vez más encaró el
objetivo. El sol de frente le dificultaba la visión y la capacidad para
evaluar la altura. Decidió jugarse el todo por el todo y descendió
pensando que en cualquier momento tocaba el suelo con la hélice.
Le parecía que el pasto
y él volaban juntos pero las estacas se acercaban demasiado veloces...
Intuyó algo malo... A último momento se dio cuenta de que estaba volando
más abajo que los mismos postes, tiró del timón y escuchó sobresaltado
un ruido como un latigazo... Con el ala se había llevado por delante uno
de las estacas. Un fotógrafo inmortalizó el momento. En la imagen, que
los años no han logrado borrar por completo, se ve claramente el ala del
avión doblando uno de los postes. El mecánico le hizo señas de que tenía
el parte consigo. El alivio lo invadió dándole confianza y serenidad...
"¡misión cumplida!", pensó.
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Dos I.Ae.22 DL camuflados
volando en formación. Nótese que el líder luce matrícula
completa (Ea-759) mientras que la del numeral carece de prefijo
(776) y que el mecánico del 759 viaja con la cúpula abierta (foto vía Carlos Ay). |
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Aterrizó sin
inconvenientes y, cuando se bajó del avión, percibió la transpiración
que corría por debajo del buzo de vuelo. Se dirigió al grupo de
oficiales y se presentó ante Muratorio. Éste lo miró y le ladró un
"¡bien hecho!" austero pero concreto. Inmediatamente se mezcló con el
resto de los oficiales desplegando una sonrisa que competía con el
brillo del sol de aquel atardecer accidentado...
La tarde no había
terminado. A continuación se debía realizar un lanzamiento de parte,
procedimiento mucho más simple y menos arriesgado, que consistía en
soltar el parte en un lugar más o menos determinado.
Esta vez le "tocó" al
alférez Zumbita (años después comandante de Aerolíneas Argentinas). Al
pobre muchacho, vaya a saber por qué razón, se le ocurrió soltarlo a
poquísima altura. Aterrizó, se presentó al brigadier y éste le preguntó
cómo sabía a qué altura venía; a lo que respondió cándidamente que la
había verificado con el altímetro (que no es confiable cuando se vuela
muy bajo); ganándose quince días de arresto.
Por fin el sol se
perdió detrás del horizonte. El brigadier general se marchó de la base y
la tranquilidad pueblerina se aposentó, una vez más, de aquel lugar.
Hoy conservo aquella
foto impresionante junto con el orgullo de ser hijo de uno de los
precursores de la Fuerza Aérea Argentina. Cada vez que visito a mi padre
no me canso de escuchar éstos relatos llenos de vida y emoción.
Ricardo Viti
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